14 mayo 2024

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El Berlin de los 90 resurge

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La ciudad en su desoladora ausencia de habitantes, como una frágil galería de todo lo exhibible y aún por mostrar, representaba Berlín en los años 90. Atraía a artistas de todo el mundo hacia una nueva bohemia posmoderna que destilaba creatividad en cada rincón. Los enormes edificios erigidos por regímenes autoritarios previos y abandonados en masa tras la caída del Muro de Berlín se transformaron en deteriorados santuarios del arte y la libertad. Esa Berlín ya es parte del pasado, y los berlinenses se dividen entre quienes se marcharon, impotentes ante la pérdida, y aquellos que superaron el trauma de la evolución hacia una gran capital europea, pero todavía sienten nostalgia. Los amantes de aquel Berlín de la libre expresión y la república de los artistas pueden revivir esas sensaciones este verano en Kirchmöser an der Havel.

Una fábrica de pólvora compuesta por 400 edificios de ladrillo, construida apresuradamente durante la Primera Guerra Mundial, sirve de sede para que diez de las galerías más importantes de Berlín exhiban a sus artistas en un entorno distinto al circuito convencional, lo que requiere que los visitantes emprendan un viaje interno hacia la escena artística actual de la capital alemana.

Este complejo en la península al borde de Brandenburg an der Havel, donde en su día pronunciaron discursos tanto Hitler como Honecker, ofrece ahora una estética de zona devastada que enmarca presentaciones individuales, como las esculturas mínimas recicladas de Dan Peterman, las figuras de cerámica de Heike Kabisch o las fotografías de los anónimos Cambridge Climbers. Nuevamente, el visitante se enfrenta a la dificultad de distinguir si las tuberías rotas o las grietas en las paredes son parte de las obras de arte o simplemente las acompañan. Esta exposición se llama ‘Am Seegarten’. Si el experimento resulta exitoso, podría convertirse en una exhibición permanente. Galeristas como Chert Lüdde, Alexander Levy, Meyer Riegger y Sprüth Magers se han sumado a la aventura. Han ofrecido a los artistas un espacio sin explorar y han respaldado sus creaciones. Por ejemplo, Jan St. Werner y Michael Akstaller han tomado una sala de teatro abandonada para su instalación de sonido electrónico minimalista. En el hospital cercano, los maniquíes de John Miller aparecen de la nada y crean una inquietante presencia flotante. La clave está en que estas expresiones artísticas no serían posibles en los espacios convencionales de las galerías de Berlín, lo que contribuye a un nuevo arte.

A una hora y media en coche desde el centro o a 50 minutos en tren desde la estación Zoologischer Garten, todavía quedan más de 50 edificios vacíos que los organizadores esperan llenar en el futuro con este concepto de estudio-taller-almacén-exposición. Jörg Heitmann, el fundador y director general de Silent Green, sueña con convertir este oscuro rincón de la Alemania desierta en un poblado permanente de las artes, una especie de nueva Bauhaus. El tiempo dirá si el proyecto se concreta, pero por ahora, esta iniciativa revitaliza la escena cultural berlinense en verano y recupera un espíritu que Berlín sigue reconociendo como propio.

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